Se llaman culturas o cultivos a los iniciadores de la fermentación. Tanto las comunidades de microorganismos como su conocimiento y transmisión, identifican, transforman y acompañan a las sociedades que alimentan.
La mayoría de los productos fermentados en el mercado no son alimentos vivos, están tratados con calor para matar los microbios. No queremos depender de las corporaciones y los mercados globales para alimentar(nos) ni para cultivar(nos).
Hemos leído a Sandor Ellix Katz, y experimentado que la práctica y técnica de fermentar, tiene que ver con entender el ambiente que necesitas para lo que quieres que se desarrolle, crearlo y mantenerlo de manera efectiva.
Cultivamos cultura pro-biótica, que como el vino agitándose en la barrica, preserva y pre-digiere.
Somos más bacteria que humanxs y formamos parte del proceso de fermentación de la tierra. No usamos jabón antibacterial, practicamos la resiliencia, cambiamos de forma, nos mantenemos abiertxs, conectamos con la vida a nuestro alrededor y somos conscientes de los recursos de los que dependemos.
Semanalmente nos juntamos alrededor de una mesa donde experimentamos, creamos, producimos, comemos, bebemos y compartimos saberes. Armonizamos los ritmos del cuidado bacteriano con nuestros ritmos cotidianos reconsiderando como experimentamos el tiempo.
Fluimos, intuimos, miramos, olemos, escuchamos, tocamos, masticamos, saboreamos…cuestionamos el límite cultural de lo podrido.
Practicamos la presencia, la paciencia y el cuidado. Damos espacio a procesos vivos y los hacemos durar.